sábado, 18 de julio de 2009

VUELO...

VUELO
Sólo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto
que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
quisiera remontarse directamente vivo.

Amar... Pero ¿quién ama? Volar... Pero ¿quién vuela?
Conquistaré el azul ávido de plumaje,
pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
de no encontrar las alas que da cierto coraje.

Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
quiso ascender, tener la libertad por nido.
Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
Donde faltaban plumas puso valor y olvido.

Iba tan alto a veces, que le resplandecía
sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
Ser que te confundiste con una alondra un día,
te desplomaste otros como el granizo grave.

Ya sabes que las vidas de los demás son losas
con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
A través de las rejas, libre la sangre afluya.

Triste instrumento alegre de vestir: apremiante
tubo de apetecer y respirar el fuego.
Espada devorada por el uso constante.
Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.

No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
por estas galerías donde el aire es mi nudo.
Por más que te debatas en ascender, naufragas.
No clamarás. El campo sigue desierto y mudo.

Los brazos no aletean. Son acaso una cola
que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
La sangre se entristece de batirse sola.
Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.

Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
como un élitro ronco de no poder ser ala.
El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve.

Miguel Hernández.

Todos pensaran que habrá sido un suicidio, que ya no apreciaba mi vida, que no me relacionaba con la gente que me rodeaba, así como que fue una manera cobarde de abandonar el mundo, a mis familiares y amigos. Pero no fue así, yo no quería morir, yo no deseaba abandonar mi lugar en la naturaleza, al libro de mi vida le han quedado muchas hojas por ser escritas que jamás podrán ser redactadas.
Tan solo deseaba hacer lo que en otras ocasiones había estado haciendo, disfrutar de las preciosas vistas de la ciudad a cientos de metros de distancia, ver la civilización como si fueran hormigas en fila india unas detrás de otras, acariciar las nubes y agarrarme con firmeza a las alas de los pájaros, siempre lo había estado haciendo, nunca ocurrió nada que alterase mi integridad física, ningún dolor se manifestaba tras precipitarme al vació, descendía en picado pero justo después comenzaba a volar, el aire puro se introducía en mi interior refrescando mis ideas, despolvoreando la conciencia, y ahí estaba yo, enfrentándome en duelo con la gravedad, suspendiéndome en el aire volando sin motores.
Las aves me saludaban, se acercaban a mí para observarme desde cerca, no podían imaginar como algo así podía permanecer anclado sobre las aguas del firmamento, la verdad es que encontré buenos compañeros de viaje en esos momentos, a ellos les contaba mis problemas, aún hoy sigo esperando una contestación de todas mis palabras que ellos escucharon, pero al menos se que en ningún momento se alejaron mientras yo les recitaba mis penas, fueron de los pocos que se pararon a escucharme y hoy desde este lugar indescifrable les doy las gracias, eternamente les estaré agradecido, de eso y de haberme inculcado sus lugares secretos, aquellos donde la belleza comienza a tomar forma, paisajes vistos por muy pocas personas desde la superficie de la tierra, e imposibles de expresar desde las alturas.
La última vez que me lance, alce mi cabeza, mire hacia ese firmamento que más tarde pensé que alcanzaría, respire hondo, levante mis brazos y un instante antes de precipitarme, recordé cada uno de los rostros que habían marcado mi vida y en especial el de ella, esa cara es la única que aún pervive en mi, todas las demás han desaparecido como ha desaparecido mi sombra con el peso de la experiencia. Recuerdo su rostro, esos ojos profundos te lanzaban hacia el infinito y despiertan ese corazón que ya no tengo ni puedo memorar, sus labios, campo plagado de rosas que en ninguna ocasión se mustiaron continuarán con su eterna primavera, su cuerpo desnudo como el tallo de una de esas flores protegiéndose con sus espinas portaría el rocío de la mañana, un pelo que se desplazaba hacia los cuatro puntos cardinales envolvía lo bello de esta totalidad, su amor.
Después de este recordatorio di un paso hacia detrás, volví a respirar hondo y mi caída al vacío ya presagiaba que algo no funcionaba, en mi descenso esa cara, esos ojos, labios, pelo y cuerpo se desvanecieron, nunca me sucedió, jamás se me borró salvo en ese preciso instante, sus ojos se nublaron, el otoño calló sobre sus labios, al rocío del amanecer se le olvido resurgir sobre su cuerpo espinoso y su pelo ya no ondeaba sus banderas.
Cada vez me encontraba más cerca del suelo, todo lo que nunca creía alcanzar se acercaba con tanta velocidad que rompía el silencio, cientos de pétalos de rosas en los cuales en unos venía escrito te quiero y en otros no te quiero caían a la par mía, me preguntaba de donde provenían, ¿quién deshojó tantas flores, quién destruyó tantos campos? ¿Por qué?
Mi abrazo contra la tierra era cuestión de segundos, mi adiós al mundo era inminente e innecesario, nunca pensé en morir, jamás hubiera pensado que mi final comenzaría con mi disfrute, con mi desahogo, cuando mi cuerpo permanecía entre los sedimentos, en mi interior se repetía una frase hasta que mis sentidos se perdieron: “ El amor te da alas, el amor te ayuda a volar” fue en ese momento cuando comprendí lo que había pasado, los pétalos de rosas, mi caída al vacío en lugar de planear por los cielos, su amor. Su amor y mis plumas habían desaparecido, se esfumaron, murieron como yo también lo he hecho. Ahora se quien cortó tantas flores, quien destruyó tantos campos, quien eliminó mis ganas de volar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario